viernes, 29 de julio de 2011

PRÓLOGO



Hice que cayera al suelo con una simple zancadilla: su pecho subía y bajaba oprimido por la tela de cuero de protección. La miré con desprecio: aunque no pudiera hacerle daño, en ese momento la tenía debajo de mí. Ganaba yo. Ella no parecía asustada, es más, me daba la sensación de que decía “Venga, pégame, estás encima: te toca matarme”.
Siempre supe que ella era hija de quien era. Siempre supe que aquel hombre, el verdugo de mi madre, había muerto años después. Ahora sobre ella debía caer cualquier posible venganza.
Entonces, ¿por qué solo podía levantarme y seguir peleando?